Hasta hace unos años, disponer de títulos de posgrado –máster y doctorado– suponía una garantía para encontrar un puesto de trabajo solvente en la alta dirección, como director de un departamento de ventas, investigador en nómina en laboratorios y departamentos de I+D o para empezar una prometedora carrera académica en la universidad.
Hoy la situación ha cambiado: aquellos con un MBA, un título de posgrado o un doctorado se enfrentan a un mercado laboral saturado de perfiles tanto o más cualificados que el suyo y los recortes de la inversión pública merman de forma drástica el espacio y las condiciones que las universidadesofrecen a investigadores. Muchos doctores no llegan a emprender la carrera investigadora para la que se formaron ni a ocupar puesto de trabajo alguno si no es muy por debajo de su cualificación; muchos másters, por su parte, van del final del curso directamente a la cola del paro.
Así las cosas, expertos del mundo académico y laboral empiezan a preguntarse si la situación no exige una reflexión o si la decisión de no estudiar un máster o un doctorado no es, en este nuevo panorama, una opción con tanto o más fundamento práctico, técnico e intelectual que la de aquellos que deciden invertir varios años más de su vida en una formación que, a todas luces, ha dejado de ofrecer las garantías de antaño.
Demasiados doctores
Entre 1998 y 2008, el total de posgraduados en disciplinas científicas se ha incrementado casi un 40% cada año en los países de la OCDE –Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico–. Algunas economías, como China o India, son capaces absorber con solvencia a estos doctorados, pero en industrias desarrolladas como la de Estados Unidos y Japón, los expertos señalan que “la oferta de doctores ha sobrepasado la demanda”. Según Cyranoski y sus colegas, “la mayoría de los países implementan constantemente su sistema de educación superior porque ven a los trabajadores que salen de él como clave para el crecimiento económico”, aunque posteriormente no rentabilizan de forma eficiente este capital humano. La mayoría no acabará en el paro, explican, pero los integrantes de esa misma mayoría “quizás nunca tengan la oportunidad de rentabilizar su educación”.
Oportunidades, pero a qué precio
Hacer un doctorado es cada día un negocio menos rentable. Aunque algunos reduzcan el discurso de la precariedad laboral o el desempleo a la experiencia personal y hablen en términos de frustración, injusticia y pérdida de tiempo, lo cierto es que el posgrado exige la inversión de muchos años –en ocasiones, más de una década– y miles de euros en matrículas, manutención y materiales que luego, y cada vez más, no acaban por ser rentabilizados con calidad laboral o un puesto de trabajo a secas. Injusticias aparte, estudiar un máster o un doctorado no deja de ser una inversión en capital humano que debe ser debidamente rentabilizada.
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